El periodista, promotor de la fundación QSDglobal, afirma que «en el caso de Diana Quer había de todo menos información»
–Entre los 20 programas más vistos de 1993 había 12 ediciones de ‘Quién sabe dónde’. ¿Qué tecla tocaron?
–El programa en aquel momento conectó con la sensibilidad de la población. Lo hizo de una manera responsable. Y seguramente porque se hizo de una manera sosegada, con reportajes muy cuidados que llevaban muchos días de trabajo, tuvo un recorrido durante seis años. Si hubiera tenido un planteamiento más espectacular o hubiera optado por determinados atajos, hubiera sido más efímero. La sensibilidad de la población existe. Tenemos una sociedad solidaria, somos líderes en donaciones de órganos. Solo hay que proveer a la sociedad de las oportunidad para ejercer ese potencial. Y creo que el programa lo consiguió.
–¿Sirvió el programa de contrapeso al caso de Alcásser?
–Fue un hito muy significativo, pero el programa ya había tenido antes una respuesta formidable. Se abrió un debate, que sigue siendo vigente, sobre cómo hay que abordar todas las situaciones que tienen que ver con el dolor, fundamentalmente las desapariciones. En el caso de Diana Quer había de todos menos información.
–¿Qué papel juegan las nuevas tecnologías en este debate?
–Pueden ser una formidable herramienta de ayuda y participación colectiva en la reparación de situaciones dolorosas. Y exactamente lo contrario. Si se usan para difundir bulos, el daño puede ser incalculable. En el caso de las redes sociales, hay que hacer una apelación a la responsabilidad de los ciudadanos individualmente considerados. Si contamos con medios de comunicación que ejerzan un papel riguroso, estaremos en mejores condiciones de que la sociedad responda.
–Todo ello en el panorama de las ‘fake news’
–En las desapariciones es mejor hablar de bulos o patrañas. Es divulgar una información falsa, a sabiendas de que lo es, para provocar daño. Lamentablemente eso siempre lo ha habido. Lo que ha cambiado es la escala, y con ello el grado de crueldad.
–¿Cómo se concilia el derecho a desaparecer con el derecho a saber qué ha sido de un familiar?
–Si hay una familia que tiene a una persona desaparecida y tiene una inquietud razonable, su derecho tiene que ver con un sentido de la protección y con el del propio desaparecido a ser buscado. El planteamiento que deberíamos hacer es que mientras no se demuestre que la desaparición es voluntaria, no lo es. Mejor retirar la denuncia que esperar a que la persona retorne, porque en ese lapso de tiempo puede estar en juego su propia vida.
–Habla de la necesidad de la familia de mantener la esperanza mientras no haya una certeza de muerte. ¿Por qué es tan importante el duelo?
–Un psicólogo lo explicaría mejor, pero yo lo constato en la demanda que hacen las familias. El duelo necesita empadronarse, un lugar de referencia, recuperar los restos del ser querido y ubicarlo en un espacio al que poder acudir. Tiene que ver con la dignidad humana.
–Lamenta los trámites que agudizan el dolor de las víctimas, como la declaración de fallecimiento –prefiere la etiqueta de ausente no retornado– a los diez años de una desaparición. ¿Qué daño hace la burocracia?
–Mucho. Económico, porque les obliga a pagar unas tasas insoportables que en algunas ocasiones sobrepasan los 1.000 euros. Y un sufrimiento incalculable. El tener que dar por fallecido a un ser querido sin que haya una constatación es gratuito y hay que erradicarlo. No es tan difícil cambiar el nombre de las cosas.
–Apunta a que hay un tratamiento insuficiente de las fugas adolescentes. ¿Qué propone?
–Nos falta un tratamiento más integral. En algunas situaciones o lacras, como la violencia de género, se ha conseguido. Nos falta una respuesta integral ante las desapariciones. Casos así requerirán de una colaboración muy estrecha entre administraciones y una buena cooperación entre distintas instancias. No se puede haber un abordaje exclusivamente policial, hay que entender que detrás de esas fugas hay una problemática seria de convivencia, marginalidad, violencia, drogodependencia… Ese contexto debe ser tratado en su complejidad.
–¿Por qué es importante dar visibilidad a los colectivos invisibles como ancianos o enfermos?
–Porque ignorarlos es ignorar una parte de nosotros, que es la más vulnerable, y nos hace indignos como sociedad. En cambio, ocuparnos de ellos nos sitúa en unos términos correctos de ciudadanía. Si no se nombran las cosas, si no se ven, no existen. Ya sea a través de la televisión o de una comunicación pública suficiente. Si no, tiende a ser ignorado y los poderes públicos no hacen lo suficiente.
Fuente: El Norte de Castilla. Lea la entrevista completa aquí.